
Como se visibilizó en la publicación anterior, salud es de las ramas de actividad económica donde mayor predominio de mujeres existe. Según cifras de la Encuesta Suplementaria de Ingresos (2018), de las 494.072 personas que trabajaban en salud en ese momento, tres cuartos de ellas eran mujeres y solamente el 25% restante eran hombres.
A pesar de ser una rama feminizada, cuando se trata de los ingresos, la brecha de género se produce en la dirección contraria: son los hombres los que reciben más ingresos, en promedio, que las mujeres. Injustamente, esta diferencia se mantiene independientemente del nivel educacional de las personas.
Si se comparan los sueldos según sexo de quienes alcanzaron educación media, técnica, universitaria o hicieron postgrado, siempre son las mujeres quienes reciben un monto menor. Como se observa en el gráfico, esta brecha es relativamente similar entre los distintos niveles de educación, rondando el 22% en promedio.
La brecha salarial de ingresos tiene múltiples explicaciones, las mujeres están ocupadas en profesiones peor pagadas que los hombres, trabajan menos horas debido a la sobrecarga de trabajo en el hogar, y sufren discriminación laboral, sin embargo todas estas razones tienen como base la división sexual del trabajo.
La desigualdad de ingresos entre mujeres y hombres es una realidad que atenta contra la autonomía de las mujeres. Al obtener menos ingresos las mujeres se ven privadas de oportunidades de desarrollo que afectan otras dimensiones de su vida, además de la económica. Es necesario generar condiciones estructurales de no discriminación de género en el mercado del trabajo, y esto tiene como base la corresponsabilidad en las tareas domésticas y de cuidados.
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